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Las obras que aquí se presentan son el resultado de un recorrido colectivo en torno a la violencia invisible: esas formas de agresión que se esconden en lo cotidiano, que se normalizan y que, muchas veces, no se nombran.

Cada creación es más que un dibujo: es la huella de una experiencia corporal y emocional. Las participantes comenzaron identificando cómo la violencia se siente en el cuerpo, dándole forma y color. Luego, en un gesto de liberación, rompieron esas imágenes, simbolizando la posibilidad de soltar lo que duele.

Posteriormente, reconstruyeron sus piezas inspiradas en la técnica japonesa del kintsugi, pintando las grietas con dorado para resignificar las rupturas como fuente de belleza y fortaleza. Finalmente, añadieron una capa de celofán de color, que representa la transformación: las heridas no desaparecen, pero con el tiempo y los propios recursos, dejan de doler y se convierten en parte de la resiliencia personal.

Estas obras son, por tanto, testimonios visuales de un proceso de conciencia y reconstrucción. Cada fragmento, cada color y cada capa hablan de cómo, incluso en medio de la violencia invisible, es posible encontrar comunidad y fuerza.

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